Julián Sotelo: «En Santoña se entrenaba con una jabalina de madera que tenía una cuerda y la punta de acero»

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Texto de Ángela Ruiz Terán / Fotos: RFEA – Atletismo Español

El rey de la jabalina española de finales de los años 80 y principios de los 90 forjó su corona en Santoña, con una jabalina de madera y el sueño de volarla alto. Una corona sobre la que pesan siete títulos de campeón de España y once récords nacionales, y que ya forma parte de la historia del atletismo cántabro y nacional. Julián Sotelo supo sacarle partido a  la “austeridad” de los artefactos del momento para seguir el ejemplo de quienes le precedieron. Cantabria había visto nacer a grandes hitos de los lanzamientos años antes. Alberto Díaz de la Gándara, Gonzalo Juliani, Javier Cortezón y Antonio Herrerías abrieron la veda de la especialidad y Sotelo siguió su estela llevándola hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. “Me hablaban de ellos. Si había habido cántabros que habían conseguido ir a entrenar a Madrid como futuras promesas del atletismo nacional, por qué no podía ir yo. Con eso soñaba”, y con eso, trabajo y dedicación, lo consiguió. El 23 veces internacional suma en su palmarés la medalla de oro en los Juegos Mediterráneos de Atenas, las dos platas y dos bronces en los Campeonatos Iberoamericanos, el Mundial de Tokio y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Cantabria celebraba desde la distancia los éxitos del santoñés, afincado en Galicia, y él se guarda, más de 30 años después, el record regional absoluto de jabalina.

– ¿Cómo fue su primer contacto con el atletismo y con el lanzamiento de jabalina?

Empecé en Santoña con Manuel Martínez, que fue captando gente de los diferentes colegios; y posteriormente se fundó el Club Atlético Antorcha. Fue una casualidad porque no había muchos más deportes en el pueblo, fuimos unas cuantos chavales a probar y allí nos enganchamos. Como todos empecé haciendo cross, en los que me costaba llegar al final, y luego en la temporada de verano hacíamos de todo y el que más destacaba en una prueba la hacía para representar al club en el campeonato provincial. En Santoña no teníamos jabalinas, solo había una de madera en el club, pero era lo que más me gustaba. Me atraía porque implicaba ser rápido, flexible y con capacidad de salto. Me parecía que reunía las características más apropiadas para mí y los entrenadores fueron enfocándome ahí. La jabalina de madera, que tenía una cuerda y luego la punta en acero, se me rompió y me llevé un disgusto. Después, cuando íbamos a competir a La Albericia ya había algunas de una aleación de aluminio con vanadio y la punta de acero. Poco a poco fueron llegando. Entrenaba con eso, con bolas, balones medicinales, tiraba piedras o hacía un palo un poco más pesado.

– ¿Cómo eran los entrenamientos de un lanzador con esos medios de aquella época?

Entrenaba en el pasaje de Santoña y nos guardaban el material en el centro educativo Patronato Militar, donde estudiaba. Cuando llovía te dejaban el gimnasio, pero casi todo era en la calle. Había una especie de campo de rugby y ahí hacíamos nosotros la pista. La vuelta era de unos 300 metros. Cavábamos las curvas y se entrenaba allí. Hacíamos vallas con palos para hacer multisaltos. Otro día íbamos a la montaña a hacer cuestas, hacíamos fartlek, velocidad, escaleras, balón medicinal y dunas en la playa de Berria. Pesas no había, cuando empezamos a hacerlas eran unas de cemento que el inventó el entrenador con unos hierros, pero muy básico todo. La fuerza la empecé a practicar en Santander. Empecé a entrenar con Javier de la Peña cuando estudiaba en el Torres Quevedo. Iba corriendo desde allí hasta La Albericia, hacía el entrenamiento técnico y luego a veces me traía el entrenador para el colegio porque acababa reventado. Tres días entrenaba yo solo en el colegio con el entrenamiento que me ponía Javier y fui mejorando, me lo tome un poquito más enserio en el sentido de hacer una rutina. En aquella época era todo mucho más austero.

– Después de sus inicios como lanzador en Cantabria, en el año 86 decide seguir progresando fuera de la región, ¿qué le llevó a tomar esa decisión?

En el año 86 fue cuando pegué el salto a ser el número uno de jabalina en España y al final de la temporada me ofrecieron ir a Galicia a seguir con mi carrera atlética y marché. Allí vivíamos un grupo de atletas juntos, formamos como una residencia, todo costeado por nosotros. Entre el año 84 y el 85, cuando estaba con el club Alerta Cantabria, el director miró si podía entrar en la Blume de Barcelona con un entrenador alemán que había venido. En aquella época solo había dos centros de alto rendimiento, en Madrid y Barcelona, pero los responsables de Madrid no querían invertir en mí, decían que no tenía posibilidades. Después, con el cambio de jabalina, en el año 86, en una competición en Valencia, gané a todos. Lancé 66 metros cuando los otros hacían 59, y ahí ya cambió la cosa, empezaron a creer en mí. Pero de aquellas conocí a un gallego -su siguiente entrenador, Raimundo Fernández Vázquez- que me ofreció venirme aquí. Aunque estaba en gestiones para ir a Barcelona fui a visitar La Coruña y me gustó, tenía una pista cerca de la universidad y era más tranquilo, más parecido a Cantabria.

Siete títulos de campeón de España, once récords nacionales, medallista en competiciones internacionales, y en el año 92 participa en los Juegos Olímpicos de Barcelona, ¿cómo lo recuerda?

Fue el premio a todo ese trabajo. Cuando en el año 88 dijeron que iban a ser en Barcelona cambió el escenario, España se volcó con el deporte. Salían más ayudas, nos dejaban dinero para ir a concentraciones. Fue muy bonito. Se vivía un gran ambiente, se notaba la emoción, la gente estaba ilusionada con España. Yo sabía que para meterme en una final tenía que batir otra vez mi récord de España. Con 79 metros, o como mucho con 80, te metías seguro entre los doce mejores. Hubiese sido un éxito bestial. Iba con esa ilusión, pero el estar allí esperando y la tensión pasan factura. Llegó el día y el primer lanzamiento me salió nulo. El segundo se fue a 75,34 y me coloqué entre los seis primeros del grupo, pero en el tercer lanzamiento me quedé en 73 metros. Me tocó en el primer grupo, a las nueve de la mañana, y el cuerpo no reacciona igual. Pero fue único, la primera vez que el público me aplaudía tanto, todo el estadio. Cuando lancé los 75 metros la gente empezó a animar fuerte, y de hecho al acabar me pedían autógrafos. Partía con una de las peores marcas y al final quedé el veinte -éramos unos cuarenta-, que está muy bien. Siempre te quedas con el resquemor de no batir el récord de España, pero eso es el día.

– Y el último récord de España llegó unos meses más tarde, en Pamplona.

Sí, ese año hicimos una planificación diferente. Empezaron a hablar del entrenamiento multicíclico, es decir, que se podía conseguir la forma varias veces durante la temporada, e hicimos la prueba. Batí el récord ese año en febrero, y cuatro meses después en la Copa de Europa de Birmingham, donde conseguí la clasificación para los Juegos Olímpicos. Seguimos entrenando para intentar llegar a los 80 metros, porque nos veíamos capacitados, pero no lo conseguimos, aunque lo intentamos en septiembre. Después de Barcelona hicimos un descanso, me fui a Santoña a desconectar, y nos concentramos en Pamplona posteriormente, donde me salió otra vez el récord de España con 78,78 metros -estuvo vigente durante más de una década; en la actualidad Sotelo posee la quinta mejor marca de todos los tiempos, tras Manuel Quijera, con 81.31, Odei Jainaga, Nicolás Quijera y Gustavo Dacal, al que la justicia acabó reconociendo su lanzamiento de 78.88 del año 2003-. Lo que gané en los campeonatos es porque me lo creí, me centré mucho en mí mismo. Si crees en ti y en los que están al lado, al final los récords salen. Pero se tienen que dar todas las circunstancias, el día ‘D’ y la hora ‘H’.

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– ¿Qué aspectos le caracterizaban y considera son más importantes para un lanzador?

Lo que me gustaba era encontrar el equilibrio. Está muy bien cuando te notas que levantas las pesas, que haces bien los test, con buenas sensaciones técnicamente, pero psicológicamente tienes que controlar esa emoción porque a veces la mente te engaña. Toda esa energía y esas buenas sensaciones tienes que saber canalizarlas en el momento adecuado. La jabalina es compleja, tienes que darle justo en un sitio para que vuele lo más lejos posible. A veces igual no haces unas grandes marcas en fuerza, y sin embargo interiorizas el movimiento técnico y consigues un mejor resultado. Más estable técnicamente y más eficaz. Es aplicar la fuerza exacta y la velocidad exacta para que la jabalina vuele lo más lejos posible. No me caracterizaba por ser ni el más rápido ni el más fuerte, pero buscaba el equilibrio. Además, la jabalina admite biotipologías diferentes. Lo importante es creerte que vas a ganar, que eres el mejor.

– ¿Ha evolucionado mucho el sector de lanzamientos desde los años 80 hasta ahora?

En la dificultad de conseguir instalaciones y material no creo que haya cambiado mucho. En el lanzamiento necesitas unas instalaciones y unos artefactos que son muy caros. Además, no puedes lanzar en cualquier sitio. Yo me mentalizaba que valía lo mismo entrenar en un campo contra un talud de tierra y tiraba la jabalina a jugar a la diana, adaptaba los entrenamientos así. Lo que sí hay ahora son más centros de alto rendimiento y más oportunidades para competir. Todo está más especializado y ahora se puede competir en invierno y en verano, ya hay campeonatos de invierno de lanzamientos largos, no tienes que estar esperando todo el año. Eso está mejorando, así está más motivado el atleta. La jabalina también ha cambiado mucho, ahora es de fibra. Los materiales han evolucionado, el sistema de entrenamiento también ha mejorado, y las ayudas ergogénicas, por ejemplo, en mi época no existían.

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– ¿Cómo ve la especialidad en la región?

No sé cómo están las cosas concretamente, pero en el deporte entra en juego lo que yo llamo generación espontánea. Tendrá que volver a llegar otro cántabro que se empeñe en progresar, llegue lejos y cree escuela. Aunque crear escuela no es fácil económicamente. Con mi beca tenía que pagarme el piso de alquiler con otros atletas, y no te da para más. Tiene que haber las dos cosas, que salga algún atleta, crear base y entrenar con esa base. Que le vean, le toquen, que caliente con ellos algún día en la escuela… Eso se puede hacer en comunidades pequeñas como Cantabria. Además, es bueno que hasta los doce o catorce años todos roten por todas las pruebas. Que creen equipo y que se apoyen entre ellos.

Biografía RFEA – Julián Sotelo