José Manuel Abascal: «En mi primera carrera en pista le quité las zapatillas a un compañero que acababa de competir, me las puse, gané con una de las mejores marcas españolas, y a mí me las quitó otro. Así se funcionaba antes»

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Texto: Ángela Ruiz Terán / Fotos: Archivo de Los Ángeles 1984 y Atlético España de Cueto

José Manuel Abascal nació para correr aunque fueron la casualidad y su profesor, Jenaro Bujeda, los que se encargaron de descubrírselo. “Jenaro se paseaba por el campo de fútbol donde yo jugaba buscando un niño que completara el equipo para una carrera. Se dirigió a mí”, recuerda. Cuando Abascal cruzó la meta por primera vez en tierras aragonesas -donde vivió con sus tíos cuando sus padres emigraron a Holanda-, se quedó exhausto. No sabía que los kilómetros diarios de los que alimentó a sus piernas durante años para ir al colegio en su valle del Pas eran el combustible perfecto para cruzar la meta con victoria una y otra vez. Su pasaporte a la élite mundial le llegó en forma de carta. Seis palabras fueron suficientes para volver loco a Jenaro y asustar a sus padres, reacios a la idea: ‘Beca en la residencia Joaquín Blume’. Pero el billete al éxito mundial no fue directo, cada día tenía una parada obligada en la pista junto a su entrenador, Gregorio Rojo, para llenar la mochila de sudor, kilómetros y mucho sacrificio. Cuando quedó campeón de Europa Júnior todavía lucía los colores del España de Cueto y, a su regreso, la Federación Cántabra y el club le entregaron la insignia de oro y brillantes. En la memoria del 45 veces internacional absoluto y poseedor de cinco campeonatos de España de 1.500 al aire libre, uno en pista cubierta y otro de 3000 bajo techo brillan los aros olímpicos en dos ocasiones. Debutó en los Juegos de Moscú 80 e hizo historia con la medalla de bronce en los 1.500 de Los Ángeles 84. Abascal fue plusmarquista nacional absoluto en 1.500 metros con 3:38.2 cuando tan solo era un júnior: “Salió en todas las portadas”, recuerda. En Cantabria mantiene el récord de 1.500 -3:37.93 registrado en 1979, aunque su mejor marca es de 3:31.13, la quinta española de siempre-. Su nombre se recordará siempre por ser el pionero del atletismo español por excelencia. Y es que fue el primer atleta en asistir a una Copa del Mundo defendiendo al equipo europeo, en conseguir una medalla en un Mundial en Pista Cubierta, en ganar una medalla olímpica de atletismo en pista o en lucir publicidad en la camiseta.

– Todo comenzó con una casualidad y el triunfo en su primera carrera. ¿Supo desde ese momento que lo suyo iba a ser el atletismo?

Después de correr mi primera prueba, tras convencerme Jenaro Bujeda, dije que no iba a volver. Fui con mis botas de fútbol medio rotas y desgastadas, un pantalón corto en pleno enero, la camiseta del equipo y una chaqueta. No había otra cosa. Gané la carrera. Llegué a la meta exhausto y me agarré a un poste, todo me daba vueltas. Al día siguiente no podía ni andar, me dolía todo. Esto del atletismo qué duro es, pensé. Llegué al colegio y el profesor, que era un entusiasta, había puesto en un mural: ‘Abascal ha ganado el cross escolar y los infantiles primeros por equipos’. Todos me felicitaban, pero yo no quería volver más. Me parecía un deporte muy duro y de mucho sacrificio, pero el profesor volvió a convencerme para correr “la última”, la final de un campeonato de Aragón. En esa carrera quedé segundo. Fue también un éxito, el equipo -el colegio de los Salesianos- ganó. Me llamaron al pódium -en la clasificación individual- y yo inocentemente devolví el trofeo al profesor porque en el fútbol todo iba a las vitrinas del colegio. Jenaro me dijo que ese era para mí, que me le había ganado yo. Eso me animó a seguir. Al día siguiente en el colegio se sentía una alegría y emoción muy grande y ahí ya le dije: “Cuando haya otra carrera de estas me avisas”.

– ¿Puede ser que la dureza de la niñez que le tocó vivir fuera, inconscientemente, una especie de entrenamiento?

Claro, después de ganar la primera carrera me di cuenta de que, inconscientemente, yo ya estaba un poco entrenado. Cuando andaba por el valle del Pas y mi padre tenía cinco o seis cabañas, hacíamos la trashumancia, había que ir a buscar leña al monte, traer el agua desde la fuente, ir al colegio a cuatro o cinco kilómetros cuatro veces al día… Luchábamos por la supervivencia. Entrenamiento mejor que ese y más natural no le había. Y eso también me ayudó a dar mis primeros pasos con firmeza. Eso lo intenté trasmitir después cuando fundé el equipo en Vega de Pas. En los pueblos están más acostumbrados a la dureza del entorno.

– Y con la pista llegó el salto al atletismo nacional.

Después de estas primeras carreras de cross fui a correr una prueba de 2.000 metros para conseguir unos puntos para el equipo. Yo no tenía ni idea de lo que era una pista. Jenaro traía en una bolsa cinco o seis pares de zapatillas porque no todo el mundo tenía unas. Recuerdo que se las quité a un compañero que estaba tirado en la pista después de correr un 300 vallas. Me las puse, corrí el 2.000, le gané, y a mí me las quitó otro. Así se funcionaba antes. Al finalizar la temporada me mandaron una carta de la Federación Española, era uno de los diez mejores en toda España en los 2.000 metros y me invitaban a una concentración nacional escolar a La Toja. Allí nos hicieron dos test de marcas y quedé segundo en 1.000 y en 2.000, y al finalizar la estancia José García Grossocordón me preguntó si quería ir a un centro de alto rendimiento.

– ¿Fue fácil la decisión de marchar tan joven y solo, en aquella época, a la Blume a Barcelona?

Recuerdo que me mandaron una carta de la Federación Española que me concedía una beca en la residencia Joaquín Blume, pero se quedó sin contestar porque mis padres no querían que me fuese. Fue el profesor Bujeda quien les convenció. Me fui a Barcelona porque Jenaro me dijo que había un entrenador muy bueno, Gregorio Rojo, y quería que entrenase con él. Nunca había salido de casa y con quince años cogí el tren hasta Bilbao, donde me robaron las bolsas con el dinero que llevaba. Pasé la noche en la comisaria hasta que la Guardia Civil las encontró y llegué a Barcelona con dos días de retraso. Cuando aparecí en la Blume, después de andar unas cinco horas, me senté a esperar al director y me dormí con las dos bolsas agarradas de la mano. Son cosas que hoy no pasarían, pero que muestran que no lo tuvimos nada fácil. Mi entrenador tenía a atletas olímpicos, internacionales, campeones de España absolutos, y le llegué yo con quince años. Pero enseguida me agarré a los júnior. En dos o tres meses ya iba con ellos, e incluso por delante.

– ¿En esos años había menos oportunidades para dedicarse al atletismo?

Las oportunidades eran cero, había que hacerlo todo a base de esfuerzo, dedicación y sacrificio puro. Iba a veces a trabajar a un colegio dando clases, o a un bar, para no depender de mis padres, y cuando venía a Cantabria bajaba con un amigo al puerto a descargar barcos. Yo tenía la beca de la Blume, pero cuando volví del Campeonato de Europa Júnior en Donetsk -1977-, donde quedé campeón de Europa en 3.000 metros con récord de los campeonatos -7:58.3-, el presidente de la federación, Juan Manuel de Hoz, solicitó que me dieran la máxima ayuda que existía en el atletismo español absoluto, que eran 24.000 pesetas al mes, y además con carácter retroactivo para todo el año. Yo alucinaba. En aquellos tiempos era un ‘pastón’, sobre todo para mí, que no había ganado nunca nada. Cuando llegué a casa con el dinero mis padres no se lo creían. Mi padre era incapaz de ver que yo podía haber generado ese dinero de golpe. Siempre costándoles dinero y ahora llegaba con algo más de 200.000 pesetas a casa.

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– ¿Cómo eran los entrenamientos del futuro medallista olímpico?

Eran entrenamientos bien planificados por parte de Gregorio Rojo, algunos recuperatorios pero otros extenuantes. La clave fue el haber tenido una trayectoria basada en la disciplina, que es la clave del éxito. El ser constante. Son valores esenciales para que el deportista que tiene un poco de talento pueda llagar a lo más alto. A mí me podían ganar por clase, pero nunca porque entrenaran más que yo. Ahí sí que era imbatible. Si tenía que hacer diez miles hacia los diez miles aunque me cayera de espaldas. Si había alguno que podía rendirse ese nunca era yo. La constancia y disciplina, bajo mi punto de vista, ha sido lo que me ha dado el éxito en la vida en materia deportiva.

– Y encontró en Cantabria, en Áliva (Picos de Europa), el lugar perfecto para prepararse en altitud, ¿cómo entrenaba allí?

Me gustaba mucho la altitud. Entrené durante seis semanas en Ciudad de México -a 2.200 metros- y en el desierto de Los Leones -a 3.500 metros- para preparar los Juegos de Moscú, y los sábados íbamos al Nevado de Toluca, a 4.600 metros. Después, un amigo me subió un día a Áliva, y al ver esa campa tan maravillosa le dije: “este va a ser mi siguiente lugar de entrenamiento”. Era en mi tierra, en mi país, con mi gente. Vi una recta maravillosa de un kilómetro y me alojé en el refugio de Áliva durante cinco o seis semanas antes de Los Ángeles. Allí hice entrenamientos de gran dureza. Yo salía contento de ver aquellos paisajes y correr en ese entorno me entrenó, más que lo físico, el espíritu, el alma. Aquello me catapultó para alcanzar la edad idónea, que son los 26 años, en un buen momento de forma.

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– En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles hizo historia con la medalla de bronce en los 1.500 metros, ¿recuerda esa carrera que le cambio la vida?

Fueron tres carreras muy duras, había cerca de cien atletas inscritos y gané la serie eliminatoria más rápida con 3:37. Al día siguiente hubo dos semifinales también durísimas. De nuevo acabé primero con 3:35 y me presenté en la final, que era mi sueño. La medalla la veía un poco lejos por los tres británicos, que eran prácticamente imbatibles. Ovett, el recordman mundial; Cram, el campeón del mundo en Helsinki un año antes; y el anterior campeón olímpico, Sebastian Coe. Fueron tres carreras seguidas, sin un día de descanso entre medias, como ahora. Rojo me dijo, «Abascal, vaya como vaya la carrera tienes que tirar a muerte a falta de 500 o 600«. Eso era muy arriesgado, pero así lo hice. La prueba salió además bastante ‘vivilla’, y a falta de 600 metros empecé a tirar un cambio de ritmo asesino, con contundencia y sin bajar la guardia. Jugué mis bazas, tuve la suerte de que uno de los británicos no se encontró bien y pude batir a todos los demás. Me dejé la piel para hacer 3:34 otra vez. Fue el día más grande de mi vida, por fin un español subió al pódium en la pista. Un orgullo, una satisfacción enorme, y un recuerdo ahora imborrable. Además, la Unión de Periodistas Deportivos Españoles me concedió ser el mejor deportista español del año.

– ¿Cómo ve el presente y el futuro del mediofondo en la región y cómo ha cambiado el atletismo en todos estos años vinculados al deporte?

En Cantabria son muy pocos habitantes y se hace lo que se puede. Ahora hay un grupito bueno sobre 3:50 en 1.500. Lo que me gustaría es que alguno batiera mi récord, aunque mi marca personal no sea el 3:37.93 que hice de júnior -mejor registro conseguido con licencia cántabra-. En algunas pruebas el atletismo ha retrocedido y en otras ha avanzado. En las de gran dureza es donde se ha visto que ha bajado el nivel en general, porque hoy en día a la juventud le cuesta más. Las nuevas tecnologías han hecho que nos acomodemos un poco porque la vida es mejor que antes. Y en este deporte como te acomodes eres carne de cañón. Eso ha ido en detrimento del atletismo, especialmente en el 1.500, donde hace años que la gente no baja de 3:32 o 3:33, o en 5.000 y 10.000. En las pruebas sobre todo de trabajo extenuante no es como en nuestra época. Pero no quita que sea igualmente fabuloso. Lo sigo ahora y todavía me emociono, me gusta y me apasiona. Y hay pruebas que también tienen un nivel muy alto.

Biografía RFEA – José Manuel Abascal

Vídeo – Medalla de Bronce en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 / Semifinales / Series

Vídeo – Medalla de Plata en el Campeonato del Mundo en Pista Cubierta de Indianapolis 1987

Vídeo – 5º Puesto en el Campeonato del Mundo de Helsinki 1983

Vídeo – 4º Puesto en la Copa del Mundo de Camberra 1985

Vídeo – Récord de España de 2.000 metros (4:52.40) conseguido en 1986 en Santander